Porno en TV, un túnel, el BEI y las lágrimas | El Correo

2022-08-21 21:54:24 By : Mr. Laughing Wang

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Operarios trabajan en la gruta de del parque de La Florida. / BLANCA CASTILLO

El mes de agosto en Vitoria, tras el despiporre colectivo de las fiestas, es un auténtico privilegio. La ciudad es la misma pero a la vez no lo es y aparece muy distinta a los ojos de quienes la disfrutamos. Más humana. Más amable. El volumen de la banda sonora habitual que acompaña nuestro día a día desciende de nivel, el runrún del tráfico se hace más llevadero, y el silencio deja que aparezcan otros sonidos que hasta entonces permanecían imperceptibles en un segundo plano.

Sin apenas darte cuenta, alcanzas a escuchar las conversaciones de ventana a ventana en el patio de la vecindad; o eres capaz de entender las charlas de los paseantes en los bancos del parque sin tener que aguzar el oído; o de oír con nitidez los cantos de los pájaros y hasta los zumbidos de abejas y mosquitos haciéndose notar a tu alrededor de forma diáfana.

Además, este agosto vitoriano nos ha dado tregua con el calor que este año amenazaba con las peores intenciones de quedarse a vivir y chamuscarnos el cerebro. Todavía hoy seguimos refrescando las casas con las ventanas abiertas de par en par desde primera hora de la mañana, tratando de echar de una vez por todas ese fuego que se metió en el interior de los ladrillos.

Por lo demás, si uno busca convenientemente entre los barrios de la ciudad, acaba encontrando bares y restaurantes operativos en los que recalar, a pesar de la estampida vacacional de los hosteleros, tras las fiestas, hacia otras latitudes en busca de otros hosteleros que sí trabajen y de los que puedan aprender a tirar una caña como dios manda. En fin, que da gusto 'agostear' sin peligro de agostarse en Vitoria-Gasteiz. Quién lo probó, como el amor, sabe de qué hablo.

Confiado como estaba, no contaba con que la realidad me sacara del ensueño y la tranquilidad en que sesteábamos mi ciudad y yo con un puñado de noticias que lograron hacerme salir de la catatonía. Porque ver porno duro en televisión en horario de máxima audiencia trastorna a cualquiera. Déjenme que les cuente.

Estaba sentado frente al televisor viendo el informativo cuando dieron cuenta del acto de homenaje a las víctimas de los terribles atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils. En la pantalla aparecían afectados, familiares, adultos y niños por igual, desolados por el recuerdo del crimen, llorando la pérdida de sus seres queridos en un acto íntimo y emotivo del que se habían suprimido los discursos políticos.

A su alrededor, sin respetar el dolor ni el minuto de silencio, una caterva de desgraciados se manifestaban airados, ciscándose en las lágrimas de aquellas víctimas indefensas que, aturdidas, miraban estupefactas a quienes gritaban consignas de un modo absolutamente irrespetuoso. Ni era el momento ni el lugar.

No pude evitar recordar otros tiempos en mi país en que, al paso del cortejo fúnebre, desde las puertas de los bares de la localidad de turno se brindaba de forma ostentosa con champán y se jaleaba a los asesinos ante los deudos de quien ocupaba el interior del féretro.

En esta ocasión se trataba de la Ciudad Condal y el papel de miserable tenía nombre propio. Se trataba de una tal Laura Borràs que por allí caminaba con la suficiencia de quien había orquestado aquel quilombo de fanáticos. Finalizado el 'happening', la agitadora de capillas ardientes se acercó rotunda a brindar ánimos a aquella tropa infame de conmilitones, con el ademán de quien echa cacahuetes a los monos tras cada pirueta en la atracción de feria.

Como una sola voz, la pandilla de neandertales acabó coreando Els Segadors, gritando a favor de la Independencia y entonando un «Borràs, president» a la ya extinta presidenta del Parlament, entre las lágrimas de dolor y estupefacción de víctimas y familiares.

Apagué la tele con un mal cuerpo que para qué les voy a dar detalles, y cogí el periódico para tratar de digerir lo que había visto. Y claro, pasé directamente de los neandertales a las cuevas. Me sorprendió la noticia de la obra en la cueva de La Florida. Que no alberga hombres de las cavernas, sino que acoge el nacimiento de nuestro señor durante las fiestas navideñas.

Apenas vi la fotografía en EL CORREO del encofrado del moderno túnel que dará cobertura a la Gruta de La Florida y por ende al Nacimiento navideño, pensé que por fin le habían comenzado el soterramiento. Y que aprovechando el viaje -tuneladora para aquí, tuneladora para allá- habían dado continuidad al túnel inacabado de Armentia; y que no sabiendo el Ayuntamiento cómo proceder con la Ronda Sur, ni con el Bulevar Sur ni con el Sur en general, pues que habían tirado por la calle de en medio.

Y me alegré de que al fin se conectara el no-túnel del Bosque de Armentia con la cueva de La Florida. Porque así, en un visto y no visto, te plantabas en el centro en un periquete. Y que de esta guisa, hasta el tren chu-chú del ferial podría utilizar este nuevo apeadero. Y que visto que el tren de la Renfe vendrá cuando yo haya fenecido, pues que al menos podríamos ver también el tren turístico circular por esta galería en homenaje a nuestros 'proyectus interruptus' para disfrute de propios y extraños. Me deja tranquilo que hayan contado con Vero Werckmeister para darle a la cueva un punto de modernidad, que los churretes de cemento ya resultaban un poco estomagantes.

Me distrajo también la noticia luctuosa del accidente del BEI con el resultado de seis personas heridas y hospitalizadas por causa de una colisión del artefacto inteligente contra un turismo en Judimendi. Me sorprendió que fuera tan alto el número de viajeros en ese momento, hasta media docena, porque usualmente lo veo circular vacío, no sé si por que los cristales tintados ocultan el interior o por mi falta de agudeza visual.

En cualquier caso, deseamos un pronto restablecimiento de las heridas y del susto a los ocupantes de este bus futurista que sorprende a propios y extraños por su impacto -también de chapa- en el ecosistema del tráfico vitoriano. Que pese a que el acrónimo que le da nombre -BEI- lo califica de inteligente, al mejor escribano se le escapa un borrón.

Finalmente y para no aburrirles, me causaron pesadumbre las lágrimas de Iñaki Urdangarín en el coche junto a su compañera. Siempre he sido crítico con él, pese a ser consciente de que nadie está preparado para vivir en un palacio donde tu suegro tiene una máquina de contar billetes y donde los principios morales brillan por su ausencia.

La codicia viaja más deprisa que la generosidad. En cualquier caso, tiene que ser una labor titánica rehacer tu vida sobre las cenizas de tanta inmundicia. Como vecino, le deseo lo mejor. Ya ha pagado su deuda y sus lágrimas, de las que da cuenta Diez Minutos, atestiguan que nadie debería pasar por semejante cenagal ni estar sometido al acoso mediático en su nueva vida.

Pero a pesar de todo, en agosto, nunca pasa nada en Vitoria que, puntual, cumple al pie de la letra el mandato del refrán: En las madrugadas de agosto, han frío el viejo y el mozo.